Ciencia y tecnología

El demonio de Laplace

La palabra caos flota en el aire de ciertos especialistas, y permanece cubierta de un velo que intimida a quienes no pertenecen a la elite académica, pero los estudiosos advierten que está esencialmente presente en la naturaleza humana y sobre todo en nuestra actividad mental.

Alguna vez el famoso Albert Einstein escribió en una carta estas líneas que pasarían a la historia “Dios no juega a los dados con el universo”. La célebre frase, lejos de pretender ser una declaración de índole religiosa, expresaba la idea de que en el universo no hay nada librado al azar. Este pensamiento, conocido como determinismo, define a nuestro universo como un complejo mecanismo de relojería donde cada mínima pieza está perfectamente definida. A la vez, podemos imaginar que la forma de cada pieza obliga a la siguiente parte del engranaje a ser de cierta manera de forma inexorable.

Como es de esperar, filósofos y físicos se lanzaron a la cabeza de una larga lista de científicos con las más variadas explicaciones y digresiones acerca del caso. Como sea, la mejor metáfora que salió de todo ese tumulto de pensadores es el llamado Demonio de Laplace. Uno puede preguntarse cómo es posible que la explicación del universo según los físicos, lleve a un matemático emblemático a crear un ser mítico… La respuesta es que realmente no es una creación de la ciencia ficción. Ni siquiera una criatura intimidante. Bueno, a lo mejor lo que movió a la comunidad a ponerle ese nombre al ser imaginario de Laplace, es que realmente parecía una entelequia que podría destruir la concepción de libre albedrío, la existencia del azar, y muchas otras ideas que hasta ese entonces nunca habían estado en duda.

El demonio es la primera práctica mental expresada deliberadamente para que los científicos se planteen cómo sería nuestro universo si estuviera totalmente pre-ordenado. Lo que planteaba el matemático es más bien un acertijo intelectual donde habría una criatura suficientemente astuta y poderosa como para saber exactamente toda la información de cómo es en este momento cada detalle del universo. Una entidad así sería capaz de inferir perfectamente cómo sería el futuro y el pasado. En estas circunstancias el azar desaparece totalmente de la escena y el universo sería una cadena incorruptible de eventos perfectamente encadenados según algún mecanismo de derivación causa-consecuencia.

De acuerdo a este pensamiento entonces todo lo que sucede, sucedió y sucederá entra en lo que se conoce como determinismo causal y nos coloca a los humanos (y de hecho a toda la creación) en un carril de sucesos sin posibilidad de escapatoria desde el principio y hasta el fin de los tiempos. Aterrador, ¿no?

Para salud mental de todos nosotros, aparecieron muchos y variados argumentos que darían cuenta del supuesto monstruo, hiriéndolo mortalmente desde varios ángulos. La estocada más letal vino desde la mecánica cuántica, con un arma llamada principio de incertidumbre de Heisenberg. Fue terrible la herida cuando se pudo verificar que el universo es básicamente no-determinista. Parece que los científicos afilaron su lanza cuando observaron a las partículas subatómicas romper las reglas sólidas y perfectamente deterministas de la mecánica clásica. Para peor de males Heisenberg describe perfectamente que hay una profunda herida puesto que es imposible definir la posición y la velocidad de una partícula en el mismo acto.

Muerto el demonio, queda entonces abierta la posibilidad de que surjan otros entes que nos permitan averiguar por qué suceden cosas que parecen deterministas pero a un nivel que llegan a ser, en la práctica, no deterministas, como sucede con las expresiones del lenguaje. ¿Será que en realidad la gramática y las reglas del lenguaje son solo una explicación parcial y superficial de algo que nunca fue realmente regular y determinista? Los científicos siguen el sendero que busca hallar la preciada verdad detrás de toda esta batalla.

Daniela López De Luise

Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires

Académica coordinadora CETI